La Ansiedad Patológica
Ansiedad patológica vs ansiedad sana
En este artículo os voy a explicar cómo distinguir entre la ansiedad patológica y la ansiedad sana. Para ello. es importante que sepamos distinguir claramente entre emociones negativas sanas, que surgen cuando algo va mal en la vida (pena, pesar frustración e irritación) y emociones negativas malsanas (como pánico, depresión, ira, autocompasión y la sensación de que uno no vale nada) que también surgen en situaciones difíciles (Albert Ellis, 2000).
La ansiedad sana suele estar basada en miedos realistas que cualquier persona sufre al adelantar acontecimientos que, con mucha probabilidad, pueden ser perjudiciales para ella. Por ejemplo, si subieras a un tejado a reparar una antena sin arnés y vieras que el suelo está resbaladizo es probable que experimentaras los primeros síntomas de ansiedad: sudoración, tensión muscular, aceleración cardíaca, etc. En esta circunstancia es “realista” que pienses: “puedo resbalarme y caer”. Si no pensaras así subirías sin ningún tipo de precaución y probablemente la caída estaría asegurada.
ANSIEDAD SANA
Sabías que...
Al sentir ansiedad sana solemos tener miedos realistas como cualquier otra persona que sufre al adelantar acontecimientos que, con mucha probabilidad, pueden ser perjudiciales para ella.
Por otro lado, imagínate que a causa de tu estrés en el trabajo empiezas a descuidar la atención de tu pareja, a hablarle bruscamente, quizás a ver a otra persona o a decir mentiras. Es muy probable que, si este comportamiento tuyo perdurase en el tiempo, tu pareja acabara planteándote una ruptura. En consecuencia, podrías vivir una crisis de ansiedad al pensar que te quedas solo y que “nunca más encontrarás a otra persona igual”. En este caso, el miedo que surge a la “soledad eterna” es poco probable que suceda y, por este motivo, es irracional.
Así pues, la ansiedad sana aparece cuando tenemos miedos realistas que tienen que ver con la probabilidad de que ocurra algo negativo a raíz de nuestro comportamiento o de nuestra forma de actuar con los demás. Cuando sucede esto, la ansiedad nos está avisando para que corrijamos dicho comportamiento por tal de no salir perjudicados.
No obstante, muchas personas sufren miedos irracionales que son los que provocan la ansiedad patológica. Es decir, se asustan sobre algo con una probabilidad minúscula de que ocurra. Por ejemplo, imagínate que un compañero te comenta que su padre ha contraído cáncer y tú, de repente, empiezas a obsesionarte con la idea de que los síntomas que padece son muy similares a las sensaciones que tú has tenido últimamente. De esta manera, piensas que es altamente probable que tú también hayas contraído la misma enfermedad.
MIEDO IRREALISTA Y MALSANO
Sabías que...
El miedo irrealista y malsano provoca fuertes estados de ansiedad, cuando realmente la probabilidad de que lo que imaginamos ocurra es ínfima.
Este tipo de miedo irrealista y malsano lleva a fuertes estados de ansiedad, cuando realmente la probabilidad de que algo así ocurra es ínfima. La persona es consciente de la irracionalidad de su pensamiento, pero, aún así, no puede evitar pensar en ello, actuar según el mismo y sufrir en consecuencia. Aunque no lo parezca existen muchas personas que tienen este tipo de miedo irracional: miedo a subir en ascensor, a estar con muchas personas, a no gustar, a hacer el ridículo, a sentirse encerrado, a que se desmaye y nadie le pueda atender, a no ser buena madre o padre, a no estar a la altura, a pasar vergüenza, al rechazo, etc.
Las emociones negativas
Por todo lo anterior, es sumamente importante poder trabajar sobre los miedos irracionales para poder aprender a gestionar nuestros pensamientos y nuestras emociones de una forma más positiva evitando, así, que la ansiedad nos engulla. Por ello, vamos a mencionar las llamadas emociones negativas.
En realidad, yo no las llamaría emociones negativas, las llamaría desagradables pues la etiqueta de negativa no ayuda a que la persona las acepte como parte de la vida y de la capacidad de sentir que tiene como ser humano que es. En la mayoría de los casos, la persona evita estas emociones a toda costa y es así como acaba teniendo miedo al propio miedo, a la tristeza o a la ira. Las podemos temer tanto que las evitamos a toda costa, no permitiéndonos sentirlas y, por tanto, dejándonos incapaces para poder gestionarlas.
Las emociones están ligadas al cuerpo y, por tanto, sus manifestaciones son visibles (gestos, tono de la voz, ritmo cardiaco, etc). Preceden a los sentimientos y se dieron antes en nuestro proceso evolutivo. Ocurren de forma automática, sin necesidad de pensar. Su objetivo es regular el proceso vital y promover la supervivencia y el bienestar.
Las emociones básicas o primarias son: el miedo, la ira, el asco, la sorpresa, la tristeza y la felicidad. “Dichas emociones son fácilmente identificables en los seres humanos de numerosas culturas, y también en especies no humanas”. No nos vamos a detener en este artículo a hablar de ellas pero si te interesa aprender a gestionar el miedo puedes encontrar pautas en mi anterior artículo.
Miedo y crianza
Vamos a hablar, no obstante, de cómo se genera el miedo. La Ansiedad es el miedo a tener miedo. Por tanto, no hay peor miedo que el que sientes de ti mismo por no sentirte capaz de enfrentarlo.
¿Porqué hay personas que le temen a casi todo y en cambio otras incluso buscan el contacto con el miedo? La mayoría de estas respuestas las podemos encontrar en nuestra crianza.
Por el momento, dejemos de lado aquellas situaciones donde el niño vive en un entorno hostil de maltrato y/o negligencia (entorno asegurado para desarrollar ansiedad y depresión) y que, por suerte, no es la mayoría de los casos. ¿Qué sucede, en cambio, con aquellas personas que acuden a consulta con ansiedad y suelen comentarte: “He tenido una infancia feliz y mis papás han sido buenos conmigo”?.
En estos casos es más difícil comprender el origen de sus miedos. Pero seguimos viendo que hay personas que han podido aprender a estar en contacto con situaciones inciertas y algo temerosas y han podido vivir la experiencia de salir reforzadas de ellas. Y en cambio, hay otras personas que se han criado en un entorno sobreprotector donde la palabra riesgo ha sido insostenible. Estas últimas son las que probablemente desarrollen una mayor aversión al miedo y, por tanto, establecerán conductas para evitarlo a toda costa.
Ejemplo…
Pongamos un ejemplo de este tipo de crianza. Imaginemos un niño de 8 años que le comenta a sus padres que quiere pasar la noche en casa de un amiguito. Los padres con la cara de angustia y preocupados le comentan que mejor que no, que a él le suele costar dormir y que allí seguramente no se sienta cómodo. Quizás le comentan también que estar en casa de extraños le puede hacer sentir mal y que papá y mamá no estarán allí para atenderle.
Quizás parezca un detalle sin importancia, pero si esta es la forma de reaccionar de estos papás cada vez que el niño intenta hacer algo fuera del núcleo familiar es altamente probable que aprenda que el mundo exterior es algo peligroso y que mejor no alejarse de las cosas familiares. Sin querer, le estamos mandando un mensaje a este niño: “el mundo es peligroso y tú no tienes las capacidades de enfrentar estas situaciones”.
Esta misma situación, pero con unos papás animando a su hijo a pasarlo bien con esta nueva experiencia y a trasladarle la confianza que si algo ocurre podrá igualmente recurrir a ellos, cambia muchísimo la visión de la situación y por tanto permitimos al niño que vaya confiando en sus propias capacidades para ir enfrentando situaciones nuevas.
Así pues, si desde pequeño no aprendiste a enfrentar situaciones nuevas es probable que a medida que hayas ido creciendo éstas se han convertido en situaciones amenazantes a las que dejaste de hacer frente. Por este motivo, es tan importante entrenar la capacidad de enfrentarse a lo desconocido.
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